Capítulo 5
Al distinguirs figuras de André y Araceli entre los reflejos de tienda, Dani frunció el ce?o, incapaz de disimr el rechazo que le trepaba por miradao una sombra indeseada.
-Este violin no está en venta -sentenció con una calma cortante.
Araceli alzós cejas con delicadeza, y su atención se deslizó de inmediato hacia Sabrina, que permanecía aldo de Dani, inmóvil. Frente a figura menuda y frágil de Araceli, Sabrina destacaba con una presencia serena y regia. Su rostro, de óvalo impecable, enmarcaba unas cejas finas y unos ojos profundos que parecían contener ungo en calma, vibrante de matices. Erao si una pintura clásica hubiera cobrado vida, destndo una elegancia que no necesitaba alzar voz para imponerse.
Al cruzarse con aque mirada, un brillo fugaz atravesó los ojos de Araceli. Con pasos rápidos y gráciles, se acercó a Sabrina, el rostro te?ido de una súplica tan suaveo el roce de una pluma.
-Se?orita Ibá?ez, ?es suyo este Astra Aestiva, verdad? ?O pertenece a su amiga? Le ruego que me lo preste, aunque sea por un instante.
-André y yo nos encontramos por el violin, ?sabe? -continuó, bajando apenas voz-. Yo tocaba en el jardín de atrás, y él llegó siguiendos notas. Así empezó todo entre nosotros. A
él le fascina oirme tocar.
-Se?orita Ibá?ez, no sé cuántos días me quedan, ni si podrépletar mi concierto. Pero quiero intentarlo una última vez, con este violin.
Quizá sin querer, o tal vez con intención, Araceli inclinó cabeza, dejando a vista un cor que desteba bajo luz de los focos. El brillo rebotóo una chispa, golpeando los ojos de Sabrina con una punzada inesperada.
-No todos los dias alguien muere -replicó Sabrina, su voz desprovista de calor-. ?Debo ceder cada vez que una enferma me lo pide?
Araceli, sorprendida por crudeza, parpadeó rápido. Sus ojos se humedecieron, al borde del nto,o si nunca hubiera enfrentado un rechazo tan directo. André, con el rostro endurecido, dio un paso al frente.
-Sabrina, es solo un violin -dijo, su tono cargado de reproche-. ?Por qué te pones tan difícil? Si tanto lo quieres, tepraré otro.
Sabrina lo encaró, serena pero imcable.
-ro, es solo un violin. Si e lo desea tanto, cómprale uno. ?Por qué tiene que ser precisamente el mio?
Araceli, con voz temblorosa, insistió.
-Se?orita Ibá?ez, por favor, digame qué necesita para prestármelo. Ponga sus condiciones,s
que sean.
Capitulo 5
Al final, cualquier precio lo pagaría André con su billetera. Sabrina esbozó una sonrisa tenue, casi afda.
-?Así que a se?orita Vargas le gustans reliquias de mi madre? Si no es su cor, es su
violin.
Araceli frunció el ce?o, desconcertada.
-No entiendo de qué ha, se?orita Ibá?ez.
Sabrina, ante aque inocencia fingida, dejó escapar una risa fría.
-El Astra Aestiva era de mi madre. Ese cor que llevas puesto también lo dejó e.
El color abandonó el rostro de Araceli, que balbuceo.
-Lo siento tanto... No tenía idea de que fueran de su madre. Anoche, Thiago me dio una cajita con este cor. Pensé que era un regalo de André y me lo puse sin saber nada.
Sabrinadeó cabeza, su sonrisa suavizándose con un dejo irónico.
-Ahora que lo sabes, ?me lo devuelves?
Araceli rozó el cor con dedos temblorosos, mordió subio inferior y miró a André con ojos brintes de lágrimas.
-André, si se?orita Ibá?ez lo pide... ?por qué no le das el cor? No vale pena molesta por algo tan peque?o.
"?Por qué no le das el cor?” Habia dicho "dar", no "devolver".
“Qué astuta“, pensó Sabrina. Aunque fuera un legado de su madre, Araceli insinuaba que no le pertenecia realmente. Solo porque lo remó, e se lo cedia con una generosidad tan calcdao sus lágrimas.