Capítulo 25
El tiempo se deslizaba lento, casi viscoso, mientras Sabrina conversaba con el secuestrador. Haban de familia, de hijos que crecen demasiado rápido, de matrimonios que a veces pesano una monta?a. él, con voz temblorosa pero cargada de recuerdos, le confesó que alguna vez tuvo una vida plena; una esposa dulce que lo esperaba con una sonrisa y una hija brinte que so?aba con el mundo. Todo eso lo arriesgó por un proyecto que prometia elevarlos, pero que terminó hundiéndolo en un abismo de deudas y promesas rotas.
-Intenté darles algo mejor -murmuró, los ojos nudos por el arrepentimiento-. Pero me estafaron, lo perdi todo.
Sabrina lo escuchaba, y algo en su interior se agitaba, un torbellino de empatía y desasosiego. Afuera,s voces de los policías y negociadores resonabano un eco distante, pero dentro de ese espacio opresivo,s pbras del hombre envolvían. él admitió que, aunque lograral saldar sus cuentas, cárcel lo aguardaba imcable. Su único deseo era que su familia no cargara con el acoso de los acreedores, que pudieran al menos respirar en paz.
Las emociones del secuestrador, antes un caos desbocado, parecían encontrar un cauce mientras haba. Miró a Sabrina con una chispa de lucidez atravesando su mirada agotada.
-Parece que vida de los ricos no es el paraiso que pintan -dijo, con un tono que rozaba ironia-. Si no fuera por mi, hoy estarías muerta. Yo perdí dinero, pero tú... casi pierdes todo.
Consultó el reloj, y al posar los ojos en e, un destello depasión asomó en su rostro curtido.
-Chica, gracias por char tanto conmigo. A tudo, mi desgracia parece un mal menor. Anda,
vete...
Quiso solta, un gesto torpe pero sincero, pero los policías, alerta al menor movimiento, malinterpretaron su intención. Un estruendo desgarrador llenó el aire, y el cuerpo del hombre se desplomóo un titere sin hilos. La sangre, cálida y espesa, salpicó el rostro de Sabrina, ti?endo su piel de un rojo que no olvidaría jamás.
En ese instante, su mente se apagó, suspendida en un vacío nco. Nunca había visto muerte tan cerca, tan brutalmente real.
Los policías irrumpieron junto a los médicos, un torbellino de pasos y órdenes que arrancaron de su estupor. La llevaron al hospital, donde revisaron con manos rápidas y pbras escuetas. Alli, entre los pasillos asépticos, se topó con Araceli, recién salida del quirófano, pálida pero viva.
André, a sudo, apenas pareció registrar su presencia hasta que un recuerdo lo golpeó
-?Me maste diciendo que te habían secuestrado? -preguntó,o si acabara de desenterrar un detalle trivial.
Fabián, siempre oportuno, soltó una risita mordaz.
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-?Vaya, qué talento! ?Cómo es que una "secuestrada” está aqui tan campante? André, mir, ?dónde está herida? ?Qué actriz, por favor!
Araceli, con voz débil pero afda, a?adió desde su cami:
-Se?orita Ibá?ez, si traerme esa medicina te ioda tanto, no te molestes... pero deja de inventar estas bromas.
Con cadaentario, Fabián y Araceli reducian su calvario a un capricho, una farsa paral mendigar atención. Y André, perdido en órbita de Araceli, ni siquiera se molestó en indagar. ?Cómo iba a hacerlo, si su mundo giraba en torno a otra?
Desde ese día, algo en Sabrinaenzó a desmoronarse, a marchitarseo una flor bajo el sol inclemente. André seguia convencido de que aque mada desesperada no había sido más que un truco infantil.
Sin rastro de emoción en el rostro, e lo encaró.
-Si tan convencido estás de que todo esto es un show, nos vemos ma?ana as nueve en el
registro civil.
La paciencia de André, ya desgastada pors menciones constantes del divorcio, se quebro.
-Sabrina, no tengo tiempo para tus rabietas absurdas-replicó, con una frialdad que cortaba el aire. Odio as mujeres que agitan el divorcioo si fuera un arma. Has estado fastidiando a Araceli todo este tiempo y no te he dicho nada. Ya para.
E lo observó, el contorno perfdo de su rostro tan familiar y, a vez, tan ajeno. Una risa suave, casi triste, escapó de susbios.
-Si no quieres que toque a tu tesoro, firma el divorcio, Si no...
Susbios rojos se curvaron con una calma peligrosa.
-Mientras no firmes, te juro que Araceli no va a tener un solo día de paz.
Las cejas de André se fruncieron, una sombra de impaciencia cruzando su mirada. La veíao a una criatura irracional, una esposa caprichosa que no sabia cuándo rendirse.
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