17kNovel

Font: Big Medium Small
Dark Eye-protection
17kNovel > La Guerra de una Madre Traicionada > Chapter 8

Chapter 8

    Capítulo 8


    Araceli destba una dulzura casi etérea en su tono, y su rostro, enmarcado por una sonrisa cálida, proyectaba imagen de una mujer ingenua y encantadora.


    A sudo, Sabrina parecía un contraste imcable: su porte rigido y su mirada afda envolvían en un aura de frialdad distante.


    Sin embargo, tras fachada de amabilidad, Sabrina captó el destello de una provocación sutil, un desafío tejido con hilos de bu ens pbras de Araceli.


    Alzando el rostro con serenidad, Sabrina percibió el brillo de arrogancia que aún danzaba en los ojos de su interlocutora, un orgullo que no lograba disimr del todo.


    -Dime, Araceli, ?por qué André apenas pisa casa? -replicó Sabrina, su voz cargada de una calma punzante. ?Será porque todo su tiempo libre lo acapara cierta se?orita? ?O finges not darte cuenta de lo evidente?


    Aracelipuso una mueca de sorpresa, te?ida de una desesperación fingida, y tomó mano de Sabrina con un gesto apremiante,o si quisiera desarmar el malentendido.


    -Se?orita Ibá?ez, por favor, escúchame, no quise insinuar nada de eso....


    Pero Sabrina cortó sus pbras con precisión de un filo invisible.


    -Si no estás fingiendo ignorancia, entonces simplemente no tienes un ápice de autocritica.


    Retiró su mano con un movimiento firme y a?adió:


    -Ys personas sin conciencia de si mismas, se?orita, son un fastidio insufrible.


    -?Ay!


    De pronto, Araceli dejó escapar un grito agudo y trastabilló hacia atrás,o inesperado hubiera desequilibrado.


    si un viento


    Sabrina apenas tuvo tiempo de procesar escena cuando una figura imponente surgió para sostener a Araceli justo antes de que tocara el suelo.


    -Araceli, ?estás bien? -preguntó André, su voz resonando con una mez de rma y autoridad.


    Con el rostro pálido, Araceli giró cabeza hacia él. Sus ojos se humedecieron al instante, reflejando una vulnerabilidad que parecía mar por justicia, mientras susbios temban en una muecastimera.


    -André, no te preocupes, estoy bien... -musitó. La se?orita Ibá?ez no lo hizo a propósito, por favor no culpes, ?si?


    La mirada de André se deslizó lentamente hasta posarse en Sabrina, quien permanecía inmóvil a undo.


    12


    16:04 T


    Frunció el ce?o, y cuando habló, su voz destba una frialdad cortante.


    -Sabrina, disculpate con Araceli.


    No era primera vez que una escenao aque se desplegaba entre ellos.


    En otros tiempos, Sabrina habría reionado con una mez de ansiedad y súplica:


    -No fui yo, André, déjame explicarte, por favor, créeme...


    Pero él jamás tomaba su partido; siempre terminaba exigiendo que se inclinara ante Araceli con una disculpa.


    Y si e se negaba, André desplegaba su castigo silencioso: ignoraba sus madas, dejaba sus mensajes en el vacio, tratabao un espectro invisible, sin una pbra ni una mirada.


    Con el tiempo, incluso Thiago habia adoptado esa misma táctica de indiferencia.


    Al final, agotada, e cedía, bajaba cabeza y admitía una culpa que no le pertenecia.


    Ahora, al evocar esos recuerdos, una risa seca, casi amarga, escapó de losbios de Sabrina.


    ?Que me disculpe? ?Y por qué habría de obedecerte? ?Quién te crees que eres?


    André se quedó inmóvil, desconcertado,o si dudara de lo que acababa de escuchar.


    -?Qué dijiste?


    Sabrina lo enfrentó con una mirada cial y una voz que cortabao el viento de invierno.


    -Cuando me importabas, tus pbras eran sagradas. Pero ahora que no significas nada para mí, ?quién te crees que eres?


    André tardó un instante en asimr el peso de aque deración.


    En su memoria, Sabrina siempre había sido un remanso de dulzura y entrega: dejaba una luz tenue encendida cuando él llegaba tarde, le preparaba una cena senci tras nochesrgas en el estudio, le llevaba un remedio para resaca después de sus excesos.


    Aunque desde el retorno de Araceli, esa calidez se habia desvanecido poco a poco, nunca había osado enfrentarlo con tal desafio, con esa furia contenida que ahora desteba en sus ojos.


    Por un instante, una punzada de inquietud atravesó el pecho de André, un eco de algo que no alcanzaba a nombrar.


    En ese preciso momento, una voz infantil irrumpió en escena, ra y curiosa.


    -Mamá, tú me ense?aste que cuando uno se equivoca, hay que pedir perdón. Entonces, sietiste un error ahora, ?no deberías disculparte con se?orita Vargas?
『Add To Library for easy reading』
Popular recommendations
The Wrong Woman The Day I Kissed An Older Man Meet My Brothers Even After Death A Ruthless Proposition Wired (Buchanan-Renard #13)